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15 de junio de 2010

Enciclopedia a la Hoguera de Pablo de Santis (Fragmento)



Estimados blogistas: he aquí un fragmento de otro texto recomendado para leer...

«La primera edición de la Enciclopedia fue un fracaso. Encontré un ejemplar en una biblioteca de barrio a la que la gente donaba los libros más viejos, los más olvidados, los que nadie leería jamás. Yo era el bibliotecario, le pasaba un trapo a los libros y los acomodaba después en los estantes, clasificándolos según criterios que a menudo entraban en contradicción. El acto de recibir los libros y ubicarlos tenía algo de funeral. Cuando completaba uno de los altísimos estantes, desde el último peldaño de la escalera de metal, leía en voz alta los títulos de los libros como para despedirlos antes de entregarlos a la espera insensata de lectores imposibles y al polvo que pronto cubriría.
No recuerdo la cara de la persona que vino a donar la Enciclopedia. Me parece que era una mujer; sí recuerdo que ese día llovía y que la dueña del libro no lo había protegido durante el viaje, porque el ejemplar, publicado unos años atrás, llegó con sus páginas en húmeda expansión. Lo acompañaban un par de novelas policiales y un manual de historia antigua. Acomodé enseguida esos libros en los estantes más bajos; pero apenas miré la tapa de cuero gastado del otro volumen y el nombre del autor –un desconocido-, pensé que los estantes superiores, aquel cementerio de libros, eran su destino. En la portada sólo se leía la palabra Enciclopedia en letras góticas y el nombre de su autor: Gabriel De María. Al principio no comprendí cuál era el tema de aquel enorme libro, con sus palabras ordenadas alfabéticamente (bastaba una ojeada para sospechar que no se trataba de una enciclopedia tradicional). Pronto descubrí que era un tratado sobre la vida de su autor. ¿Pero a quién podía importarle la vida de un desconocido?
En esa época yo era nuevo en la ciudad (…) y tenía un solo amigo, Arturo Lagos, que me había conseguido el trabajo en la biblioteca. (…) Arturo coleccionaba libros raros; cuando yo recibía en donación algún ejemplar que pudiera interesarle caminaba un par de cuadras y se lo dejaba en su imprenta. (…) Lagos había impreso una segunda edición del libro. Eran quinientos ejemplares en papel barato. Para la portada, Arturo había elegido.
Más raro aún que su éxito y las torpes imitaciones que se sucedieron es el modo cómo la Enciclopedia ganó enemigos furibundos. Un grupo números y variado se reunió alrededor de su odio por al Enciclopedia y por su autor. Así comenzaron las periódicas quemas de ejemplares, que ya forman parte del rico acervo cultural de nuestro pueblo.
Pero quién fue realmente De María? No lo sé: todos los papeles ajenos al libro (las cartas, el Diario íntimo, las instrucciones de su autor par el uso de la Enciclopedia) resultaron tan falsos como aquellos primeros informes que cayeron sobre el escritorio de Lagos. Por eso lo que yo me propuse no es revelar la identidad de De María, que acaso no importe, sino escribir su primera biografía.
La tarea no fue fácil: el orden alfabético engaña al lector y le impide organizar los hechos en el tiempo. De María jamás escribe una fecha: todo parece ocurrir al mismo tiempo, como si su vida fuera un presente perpetuo, más un espacio por recorrer en cualquier dirección que una sucesión de hechos. (…)
En cuanto a la única foto del autor que se conserva no dice casi nada. Gabriel debe tener ahí unos cinco años y esta disfrazado del Zorro; tal vez las playas que tiene a sus espaldas sean las de Mar del Plata, en algún carnaval de hace treinta años. El chico sonríe con desconcierto a la cámara, una mujer pasa veloz por el fondo. Su propio libro cuenta que a esa edad Gabriel solía reunir en su cuarto grupos de cosas según un criterio secreto que sus padres no acertaban a descifrar. Comenzaron a creer que sufría algún grave disturbio mental. Por la puerta entreabierta observaban con terror cómo Gabriel pasaba las horas clasificando los objetos que había elegido: autitos, un tenedor, un soldado de plástico, un reloj roto, libros, una llave.
Un día hubo una fiesta de disfraces en la casa y una niña vino vestida de hada. Ofreció adivinar cualquier cosa que le preguntaran; los padres de Gabriel, con una imprevista fe en lo imposible que a ellos mismos los sorprendió, le pidieron una respuesta sobre las tribus de objetos que su hijo reuní. La adivina entró en la habitación, miró las cosas en la suave penumbra y respondió:
-No son cosas, son palabras.
Los padres encendieron la luz y descubrieron que Gabriel había ordenado los objetos según sus iniciales. Había estado haciéndolo todo el tiempo; el alfabeto era el secreto de su juego. Esa fue la primera versión de la Enciclopedia.

De Santis, P.: Enciclpedia a la hoguera. Buenos Aires, Colihue, 1995.

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